lunes, 26 de septiembre de 2011

Expedición Parody al Mulhacen

Miro hacia lo lejos, y no veo los coches, ni atisbo la montaña tras la que se encuentra la central eléctrica, que es donde los dejamos. Miro hacia delante y veo a Manolito y Maca, dando un paso tras otro, uno con ayuda de la fuerza de la juventud, la otra con la ayuda del bastón. Miro hacia atrás y hablo con Jose “si me preguntasen si un niño puede hacer esta ruta, mi contestación sería radicalmente que no” “¡vamos, ni el 90% de los adultos!” contesta Jose. Echo la mirada un poco más atrás y veo a Manolo de Categoría y Carlos Amigo de Jose, intentando convencer a María de que ya queda poco, de que estamos ahí, que detrás de esa montañita están los coches. María es pequeña, claro, pero no es tonta, y sabe que ya es la quinta vez que su padre le dice eso, y ya no aguanta más y empieza a sollozar. Tiene 9 años, y acaba de subir el Mulhacén, el pico más alto de la península. Durante unos segundos ha sido la persona más alta de la península, y estoy convencido que tiene que ser una de las muy poquísimas niñas de 9 años que han hecho tal proeza.

 
Sábado 24 de septiembre de 2011 Estando por ese sendero, me acuerdo de lo que hemos hecho. Si, ya estamos terminando, estamos a una media hora de llegar a nuestro destino final, la ya nombrada Central Eléctrica de Capileira, donde empezamos a andar el sábado 24 de septiembre. Habíamos salido de Sevilla a las 9.00 aproximadamente, a pesar de que habíamos quedado a las 8.30. Unos problemas con no se qué estado postdoscientas cervecitas el día anterior, habían hecho que uno de los expedicionarios se levantase a la hora a la que habíamos quedado. Como excusa, se trajo un amigo a quien echarle la culpa, Carlos Amigo de Jose, que se atrevió a venir sin sitio seguro en el Refugio de Poqueira, donde dormiríamos, sin saco de dormir, sin dinero, pero con la promesa de Jose de que daba igual, que él (Jose) dormiría en el suelo y sin saco.
Las malas lenguas hablan de que en el momento de la promesa, Jose tenía todos los dedos cruzados. Las malísimas lenguas dicen que Jose tiene de por si todos los dedos cruzados. El caso es que al fin los recogí en la ronda de capuchinos (po trincame el pep...), y nos dirigimos a donde habíamos quedado con el resto del grupo, que lo conformarían Prima Maca con más ganas que qué de hacer la ruta, intentando recobrar parte de esa energía que algún tuerto ha querido (¡pero no ha podido!) quitarle este año, Manolo de Categoría, que nos sorprendió no trayendo barbacoa, Manolito, con el claro objetivo de probar que el no suspendió nunca educación física, y María, ahí, chiquitita, risueña, con esa dulzura en la cara que daba la impresión que sería imposible que llevase a cabo la gesta de subir al pico más alto de la península. En total había unos tres pares de zapatos de deportes, tres pares de botas PARA la montaña, y un par de botas DE montaña. El trayecto en coche era largo, más de cuatro horas, así que paramos a eso de las 10.30 a desayunar, no me acuerdo el nombre del bar. Antes, el Onda nosequé de los Yorquez rugía de desesperación al comprobar como el Clío del coche escoba, que durante la ida no fue escoba, casi no sobrepasaba los 120 km/h. Allí, en el desayuno, Jose y Carlos explicaron los motivos totalmente inexcusables de su retraso, así como las condiciones del pacto basado en promesas banas que hizo que Carlos se animase a venir.
Pues bien, tras llegar a Granada y poner rumbo a Lanjarón, nos íbamos ya acercando, más de cuatro horas después de la salida de Sevilla, a pueblos con nombres de jugadores lituanos de baloncesto, como Carataunas y otro que no me acuerdo hasta ya pasar por Pampaneira y nuestro destino, Capileira. Y desde allí, a la central eléctrica, la cual no veíamos por ninguna parte, y empezamos a pensar que la gran preparación previa de la ruta podría sufrir un descalabro si no encontrábamos la salida. Pero finalmente la encontramos, allí al fondo, esa central eléctrica con pinta de abandonada, allí aparcaríamos los coches y sería el inicio de un “suave” ascenso, según nuestras informaciones, hasta el Refugio de Poqueira. Cogemos las mochilas (poca cosa, una muda, un cortavientos, agua, frutos secos, algunos pan, otros condumio, otros bocadillos hechos, otros chocolate, ninguno dinero), y nos pusimos a andar. Poco más de diez metros de llano, y ya comenzamos a subir, de tal manera que no dejaríamos de hacerlo hasta que llegásemos a la cumbre el día después. Según nuestras indicaciones, la subida no sería muy dura. A los 15 minutos teníamos claro que no era esta la subida de la que nos habían hablado, que se asemejaba mucho a esa bajada que habían hecho nuestros contactos y que, básicamente, lo que nos habían dicho respecto a la misma es “esa subida no está hecha para niños chicos, vamos, ni para mayores. Nosotros la hicimos bajando, y la subida la hicimos por otra parte más suave”. Vale, esto no era suave ni de coña, así que ya nos hemos equivocado, ya estamos en otra liga. Pero bueno, la gente suele ser muy exagerada, no será para tanto, vamos, habrá momentos de llano donde podrás descansar un poco de tanto subir...
¡Y un mojón! Esa primera tarde, que empezamos a subir entre pitos y flautas a las 14.00, sería un previo fantástico, o lo que es lo mismo, jodido, para testar nuestras fuerzas de cara a la subida a la cumbre. Nuestra intención era llegar al refugio ese día, y, una vez allí, dependiendo de cómo lleguemos, como esté el tiempo y cuánto se tarde en subir (según nuestras indicaciones, una horita y poco), haríamos la subida ese mismo día o al día siguiente. Cuando aún no llevábamos ni la mitad del trayecto al refugio, ya tenía yo claro que subiríamos el domingo... El paisaje es extraordinario. Al inicio vamos subiendo junto al río Mulhacén, rodeado de vegetación, y rodeado de montañas, un valle espectacular. El día es perfecto, sol, un poquillo de calor, casi sin viento, pero el poco que hay es fresco, contrarrestando el calorcillo. Una vez nos acercamos al río, era imposible no darse un bañito. El agua estaba fresquita fresquita, pero Jose acabó echándole huevos, y se bañó el primero. Carlos le siguió, si mal no recuerdo, y tras unas cuantas vueltas por el puentecito desde donde nos bañamos, Manolo De Categoría decidió bañarse, y con él María. Por tanto, no había más cojones que bañarse, el amor propio estaba en juego, si todos los hombres y la más pequeña se bañaban, no podía yo quedarme fuera. ¿Todos los hombres? No recuerdo muy bien si todos todos nos bañamos...El caso es que el baño fue espectacular, el agua estaba tan fría que dolían los pies, y cuando te mojabas entero sentías como la sangre circulaba y se movía hacía todas partes del cuerpo...bueno, hacia todas menos hacia una. El caso fue que tras esa primera horita en la que los músculos se resienten, el baño nos sirvió para quitarnos todo tipo de dolores primarios, para anestesiarnos básicamente, y asumir la subida con confianza. A medida que íbamos subiendo empezábamos a otear, muy a lo lejos lo que debía ser el refugio, y discutíamos por cuál era el Mulhacén, y cuál el Veleta. La visión era espectacular, la distancia acojonaba un poco, pero bueno, estábamos empezando, así que la energía la teníamos a tope. María subía con más fuerza que ninguno. Manolito empezaba a preguntar cuánto faltaba para llegar. Yo me lo empezaba a preguntar por dentro, pero como ellos iban tan bien, me lo callaba. El paisaje iba cambiando, desde la zona más verde cercana al río, en el valle, con más árboles, castaños y moras, hasta un ambiente más seco, llena de cardos, amarilla y plateada de las piedras. Y todo a medida que la pendiente se iba inclinando, sin un solo trecho de llano. María seguía subiendo, con más fuerza que ninguno. Manolito empezaba a preguntar cuánto faltaba para llegar. Yo me lo empezaba a preguntar por dentro, pero como ellos iban tan bien, me lo callaba. Después de una comida a la sombra de los últimos árboles que veríamos hasta la cumbre, y a la orilla del río, a base de bocadillos, chocolate y agua, nos acercamos, una hora después, al Cortijo las Tomas, que en un principio hasta pensé, a lo lejos, en mi delirio, que eso fuese el refugio (¡por fín!). Con un olor a abono de campito, es decir, a caca de la vaca, no podría ser eso el refugio, así que, volviéndome a preguntar, a mi mismo, claro, a cuánto quedará el refugio, continuamos hacia arriba, aumentando la pendiente, aumentando la dificultad, aumentando el sudor, el sol pegando fuerte, el pico a lo lejos. No nos cruzamos prácticamente a nadie, a pesar de que nuestros informantes nos dijeron que eso, que el trayecto podría ser un poco como la calle tetúan de gente. El día seguía perfecto, las ganas de llegar empezaban a ser grandes, enormes, ¿qué nos encontraremos arriba?, ¿como serán las camas?, ¿habrá comida de verdad o será en plan bocadillos?, ¿habrá algo de beber¿,¿habrá cerveza? ¿qué es eso que se ve por alli, ese edificio de piedra? ¡Por fin el refugio! Sobre las 18.00 aproximadamente llegamos al refugio, comprobamos la buena pinta que tenía, vimos que había camas para todo el mundo excepto para Jose que la había cedido, en un más que probable estado de embriaguez, a su amigo Carlos la noche anterior. Llegamos con cierto estado de estamos muertos, y con ansias de bebernos algo. Antes de que nos diesen las llaves, Manolo de Categoría ya había pedido una ronda de cervezas, y allí que estuvimos varias rondas más, disfrutando del solecito en las escaleras del refugio, un solecito adobado con el fresquito típico de montaña, es decir, agustísimo. La gente iba llegando, y las posibilidades de que una cama se quedase vacía se iban reduciendo. Gente andando, en bici, algunos niños correteando, un ambiente güeno güeno, una sensación de agustismo que no se podría igualar, pensaba yo, pensamiento que al día siguiente, claro, se iba a sobrepasar. Allí, estando en las escaleras, un hombre de los que ya no quedan decidió ducharse. Hacerlo con agua caliente costaba la friolera de 2 ́5 euros y una cola de la leche, así que lo hizo con agua fría, y cuando digo fría digo fría. Una vez visto que ese hombre de los que ya no quedan hizo eso, otro hombre hizo lo mismo. Y el tercer hombre le siguió. Qué demonios, pensé yo, ¡habrá que hacerlo! Así que la tarde terminó, tras una puesta de sol magnífica, en una ducha de agua fría fría, y cuando digo fría es fría. Y de nuevo la sangre se fue a todas las partes del cuerpo, excepto a una, claro. Y cuando salí de la ducha y bajé de nuevo a las escalerillas, vi a Manolo de Categoría con unos zapatos que, francamente, como decirlo, no sabía como decirle que a donde vas con esa especie de babucha ajulioiglesiada, y con calcetines blancos. Me debatía entre si tenía que decírselo antes de la cena o después, o durante, o no decírselo, cuando de repente miro de nuevo hacia abajo, y veo a Carlos con unas iguales. Miro hacia otro lado y veo a Jose con otras. Y a otras personas con otras iguales. Oh, dios mio, menos mal, son zapatos de aquí, del refugio, no se los había comprado Manolo de Categoría en Sevilla, no eran suyos realmente. Pude descansar tranquilo, y cambiar mis botas por uno de esos zapatos, cómodos, a la par que francamente. El siguiente objetivo era la cena. La verdad es que estábamos hambrientos. Aunque las cervezas nos habían quitado algo el hambre (a los que las habíamos bebido, claro), llegado un momento alguien decidió, o se decidió, o los astros confabularon para que la decisión fuese tomada por ninguna persona en concreto, de no pedir más cervezas. Sin saberlo, esa única cerveza de más seguramente habría supuesto que tuviésemos que fregar los platos y limpiar el refugio, o que tuviésemos que subir de nuevo el Mulhacén, por no poder afrontar el pago.... Tras esperar a que terminase un primer turno lleno de gente y de ruido, nos sentamos, en un ambiente mucho más tranquilo, a tomar esa cena que ya habíamos visto iba a ser contundente. Arroz con lentejas de primero, macarrones con pimientos de segundo, carne de tercero, y natillas de postre. Yo repetía en todos menos en el postre, creo que ha sido la vez que más he comido en mi vida, y por supuesto la vez que más he cenado. No sabría yo la falta que me iba a hacer para el día siguiente. No se podía estar más contento. Después de la cena salimos fuera, a ver todas las estrellas que existen en el universo, ni una menos. Como siempre, me dije que tengo que aprender más sobre las estrellas, es una pena poder mirar todo eso y no tener ni idea.
Para redondear el día, María, esa pequeña risueña, que tan bien subió hasta el refugio, decidió ceder su cama tranquilamente “yo voy a dormir con mis padres, porque se está más calentito, así que tu (refiriéndose a Carlos) duermes en mi cama”. Ea, toma ya. Las habitaciones eran compartidas, a la familia Yorquez y Carlos en una habitación grande con mucha gente donde se tiraban peos Manolito y Carlos, y a Jose y a mi nos tocó en una de seis, ocupada por cinco personas (al final quedaba una libre), en la que un tío roncaba como si lo fuesen a prohibir, y, cuando paraba, Jose tenía la gentileza de relevarle. Al menos tenía una ventanita justo al nivel de mi almohada, donde podía ver la noche, las estrellas, el amanecer, la mañana, ostia, ya es de día, son las ocho, ¡corre que hay que salir! Domingo 25 de septiembre de 2011 Nos levantamos, y fuimos directos a un desayuno completo de pan con nocilla, magdalenas (una o varias), pan tostado, colacaito, y no se qué más cosas. Los Yorquez han salido ya, así que vamos con retraso. Por tanto, limpieza de cara y de dientes rápido, con esa agua congelada, cambio de zapatos ajulioiglesiados por las botas PARA la montaña, organización de la mochila dejando cosas innecesarias en el refugio, y salida al campo, con ese fresquito mañanero, e incluso brisita cortante, que te despierta si es que aún andas adormilado. El paisaje se va haciendo cada vez más seco, con más piedras. Nos quedan, desde el refugio hasta la cumbre unos mil metros de desnivel, y serán, no se, unos 7 km de subida cada vez más dura, en la que tardamos casi tres horas. Poco a poco vamos recuperando distancia con los Yorquez, yo voy pensando que esta subida está siendo muy dura, me sorprendo como María y Manolito siguen subiendo con cierta tranquilidad. El frío y la pendiente te hacen pensar que esto es muy duro, y que lo va a ser más. No nos cruzamos con mucha gente. Vemos caminos que hacen zigzag, y nosotros, en nuestra inocencia, intentamos acortar por la pendiente para no hacer ese zigzag absurdo. A los tres pasos ya sabemos que no es un zigzag absurdo, que si está ahí es por algo, y que es imposible hacerlo por la pendiente a menos que tengas las piernas de Roberto Carlos (o del tío que nos cruzamos en la subida). Así que volvemos al camino oficial. Abandonamos ya la parte de río, la parte en la que aún quedaban algunos claros verdes, o amarillos, y empezamos a pensar que no puede haber una pendiente más dura que todas las que habíamos pasado, pero llegamos a un punto en que lo único que nos quedaban era piedras, rocas, y subida mortal. Desde abajo parece que bueno, serán unos diez minutos hasta la cima. En cuanto la inicias, cuando llevas diez minutos y miras hacia atrás y ves que estás al lado de donde empezaste, y miras hacia delante y ves que queda más que cuando empezaste, empiezas a contemplar la posibilidad de gritar como una mujer lo que no has sabido ascender como un hombre. Pero no, no puedes hacerlo, María está ahí, tan a gusto subiendo, empieza a notar cansancio, se agarra a su padre, pero no se queja, no llora, aguanta, increíble. Miro la pendiente, miro lo que hemos hecho, veo las caras de la gente que nos cruzamos, caras de verdadero sufrimiento, y no puedo creerme que una niña de 9 años y uno de 12 estén cumpliendo a la perfección toda norma de un grupo que se plantee un reto, y es aguantar ante la adversidad y no quejarse, llevar por dentro el sufrimiento, no propagarlo, y cumplir el reto. Así que María seguía subiendo, con más fuerza que ninguno. Manolito preguntaba cuánto faltaba para llegar. Yo me lo preguntaba también por dentro, pero como ellos iban tan bien, me lo callaba. Poco a poco, paso a paso, lentamente, íbamos salvando el camino. En un momento dado, pienso en que como vuelva a parar a descansar me quedo ahí, así que no paro, sigo hacia arriba, Jose ha puesto la marcha y ha cazado al tío de las piernas de Roberto Carlos, yo subo con Manolito, Carlos un poquillo detrás, Maca empieza a darse cuenta que tiene rodillas, que tiene tobillos y pantorrillas, Manolo de Categoría lleva de la mano a María (¿o es al revés?). La meta se acerca, la cumbre está ahí, nos cruzamos con dos que van hacia abajo que nos dicen que nos quedan cinco minutos, eso nos da fuerza, yo empiezo a pensar que esto está ya hecho, me asombro de la fuerza de Manolito, me asombro de que mi rodilla, que hacía tiempo había dicho aquí estoy yo, aún siga viva, veo a Jose ya perdiéndose en lo que después comprobaría era la cumbre, un pasito más, otro más, ya está aquí lo estoy viendo, último repecho, último llanito, y...¡hemos llegado! El día está soleado y claro, yo le digo a Manolito ole ahí ese tío, subimos a la cumbre, nos abrazamos, hace un vientecito curioso y frío, nos hacemos alguna fotillo, miramos hacia un lado, hacia otro, intentamos adivinar que montañas son estas, cuales aquellas, llega Carlos, nos abrazamos de nuevo todos, lo hemos conseguido, qué alegría más grande, somos los más altos de la península, miramos de nuevo a un lado, miramos a otro, y allá, muy cerca ya, vemos a un pequeño hobbit agarrado de la mano de su padre, y a una con un bastón. La cara de la gente que está en la cumbre es de asombro, la cara nuestra de admiración. Me quito literalmente el sombrero ante ella (bueno, no era el sombrero, sino un pañuelo). Hemos cumplido el objetivo, lo hemos cumplido todos, desconociendo lo que costaba, sintiendo lo que costaba, sin ninguna queja. Pasando muchos momentos de mamá ven a sacarme de aquí, de yo me quedo aquí no puedo más, de cómo de mal estaría que me pusiese a llorar aquí, y echando una ojeada a la pequeña y comprobar que ella lo aguantaba mejor que nadie, cachi en la mar, me voy a tener que aguantar mis ganas de parar... En fin, maravilloso. Como dijo Maca, estamos lo más cerca del cielo que podemos estar...¡vivos! Allí en la cumbre celebramos nuestra acenso tomándonos un piscolabis, y, si esto fuese como en los documentales de Al filo de los Imposible, aquí acabaría todo.... Pero no estamos en esos documentales, ningún helicóptero viene a por nosotros, estamos a 3.482 metros de altitud, y tenemos que bajar hasta los mil y pico a los que estaba Capileira, unos muchos de kilómetros (no se cuantos exactamente) a un muchísimo desnivel, con las piernas cargadísimas, yo personalmente con la rodilla derecha echa una mierda, y quedaba la parte que más castiga las rodillas, que es la bajada. No me voy a extender mucho en la bajada, solo decir que me pareció casi tan dura como la subida. Aquí empiezas a marcarte un objetivo, para este caso la llegada al coche, pero es que ves que queda tanto, la distancia es tan grande, se ve tan chiquitita la zona en la que se supone que está el coche, y te pones a pensar en que después, una vez llegado al coche, te quedan cuatro o cinco horas de coche y moto (para el que cogió la moto). Los primeros metros tras la cumbre son los peores, si no te habías dado cuenta, ya reconoces tus huesos y donde están situados cada uno, y lo reconoces por un leve dolor en cada uno de los puntos, que se acrecienta con cada paso que das. Una vez ya llevas dados mil o dos mil pasos, ya da igual, es automático, pones la directa y te da igual el dolor, lo que quieres es avanzar. En un descansito, miro sorprendido el tembleque que tiene Maca en la pierna, y pienso y me preocupa lo que queda aún por andar. Empiezo a pensar en palabras como tesón, que muy pocas veces he utilizado en mi vida, pero que reconozco claramente en mi prima. Pero el primer objetivo era llegar al Refugio, y solventar el problema de ¿cómo vamos a pagar, si ninguno preveíamos que los gastos fuesen más de 3 euros o por ahí? Literalmente conseguimos pasar el trance a base de céntimos de euro, juntando todo el dinero que teníamos, sin posibilidad de comer allí nada más que las aceitunas y palomitas, que eran gratis. Una simple cerveza, esa simple cerveza que evitamos tomar de más el primer día, nos habría obligado a tener que utilizar otros recursos para pagar nuestras deudas, como la pena por los niños chicos, salir corriendo, dejar allí a alguien de rehén, etc, pues no teníamos un duro más. Y pasado ese trance del pago, continuamos hacia abajo, por el mismo camino que la subida. Eso suponía que conocíamos a donde íbamos, que sabíamos el desnivel y la dificultad de la bajada. Ha sido una paliza tremenda, la caminata del domingo empezó a las 8 de la mañana subiendo hacia la cumbre, y terminó a las 18 aproximadamente cuando llegamos a los coches. Las piernas estaban cargadísimas, y nos dimos otro baño en el río, en una zona que pensábamos estaba ya cercana al destino, pero que no, que aún quedaba una hora para llegar a la central eléctrica. Durante el camino, vuelvo a pensar en qué es lo que me hace hacer y repetir este tipo de cosas, con el sufrimiento que supone hacerlas, cómo seguramente se estaría mejor en el sofá, en un asiento, en la playita tumbado. La respuesta no la tengo clara, lo único claro es que una vez subes a la cumbre y cumples un objetivo muy difícil, se siente un sentimiento de agustismo muy cercano a la felicidad, ha sido algo duro que has hecho, que has podido hacer, otro reto que has cumplido. Si lo unes con la gente que lo has hecho, la historia va en aumentando, si eres partícipe de la subida a 3.482 metros de una niña de 9 años, es como si fueses parte de una historia épica, cuando te bañas en un río transparente, aunque helado, dices coño que chulada, ¡he vuelto a nacer!, cuando llegas al coche, sientes un alivio inmenso, y esa sensación del trabajo bien hecho que nos contaban tanto en el colegio y nunca llegábamos a entender, y te da igual el cansancio, el camino en coche, la distancia a casa, los madrugones en fin de semana, que mañana sea lunes. Has estado en la montaña, en el campo, esa parte de la Tierra que el hombre se empeña en hacer desaparecer, así que, en cierto modo, eres participe de algo que puede que llegue a ser único. Pienso en todas esas cosas cuando llego con Manolito a los coches y nos abrazamos de nuevo, y cuando veo, muy cerca, a la hobbit de nuevo, que ha podido enfrentarse a toda esta barbaridad de ruta, y la veo ya sonriendo, le hago la ola, me vuelvo a quitar el sombrero. El día terminó con una comida-merienda-cena a base de bocadillos de tortilla en el precioso pueblo de Capileira, y en un largo trayecto en coche hasta Sevilla. Y en un pequeño y seguramente agradable trayecto en moto hasta Huelva. Enhorabuena a todos los expedicionarios, esos siete magníficos que lograron subir al Mulhacen y tomar una cena de 3 platos y postre, sin duda dos retos solo al alcance de unos pocos. Y especialmente enhorabuena a esos dos pequeños que tan buen ejemplo nos han dado. ¿Para cuando la siguiente? Crónica de Eduardo Parody Durio

5 comentarios:

  1. Muy buenísima reseña de nuestro fin de semana... No sé cuánto tiempo tardaremos en olvidarnos de esto, pero la sensación de lllegar arriba, y llegar como llegamos, y de regresar a casa, fue única. Superar retos es genial.

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  2. Gracias Jose, aunque todos sabemos que tu crónica de la India le da mil vueltas a la mía... seguiré aprendiendo de tí.
    Primo Edu.

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  3. ja-ja-ja-ja (risa de malvado)Ahora sus vais a enterar

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  4. Qué maravilla de crónica. Envidio su forma de escribir. Bueno, y de ser también. Jo, quiero ser como el. Por cierto si, soy primo jose, el vagoneta.

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