Miro hacia lo lejos, y no veo los coches, ni atisbo la montaña tras la que se
encuentra la central eléctrica, que es donde los dejamos. Miro hacia delante
y veo a Manolito y Maca, dando un paso tras otro, uno con ayuda de la
fuerza de la juventud, la otra con la ayuda del bastón. Miro hacia atrás y
hablo con Jose “si me preguntasen si un niño puede hacer esta ruta, mi
contestación sería radicalmente que no” “¡vamos, ni el 90% de los adultos!”
contesta Jose. Echo la mirada un poco más atrás y veo a Manolo de
Categoría y Carlos Amigo de Jose, intentando convencer a María de que ya
queda poco, de que estamos ahí, que detrás de esa montañita están los
coches. María es pequeña, claro, pero no es tonta, y sabe que ya es la quinta
vez que su padre le dice eso, y ya no aguanta más y empieza a sollozar. Tiene
9 años, y acaba de subir el Mulhacén, el pico más alto de la península.
Durante unos segundos ha sido la persona más alta de la península, y estoy
convencido que tiene que ser una de las muy poquísimas niñas de 9 años que
han hecho tal proeza.
Sábado 24 de septiembre de 2011
Estando por ese sendero, me acuerdo de lo que hemos hecho. Si, ya estamos
terminando, estamos a una media hora de llegar a nuestro destino final, la
ya nombrada Central Eléctrica de Capileira, donde empezamos a andar el
sábado 24 de septiembre. Habíamos salido de Sevilla a las 9.00
aproximadamente, a pesar de que habíamos quedado a las 8.30. Unos
problemas con no se qué estado postdoscientas cervecitas el día anterior,
habían hecho que uno de los expedicionarios se levantase a la hora a la que
habíamos quedado. Como excusa, se trajo un amigo a quien echarle la culpa,
Carlos Amigo de Jose, que se atrevió a venir sin sitio seguro en el Refugio
de Poqueira, donde dormiríamos, sin saco de dormir, sin dinero, pero con la
promesa de Jose de que daba igual, que él (Jose) dormiría en el suelo y sin
saco.
Las malas lenguas hablan de que en el momento de la promesa, Jose
tenía todos los dedos cruzados. Las malísimas lenguas dicen que Jose tiene
de por si todos los dedos cruzados. El caso es que al fin los recogí en la
ronda de capuchinos (po trincame el pep...), y nos dirigimos a donde
habíamos quedado con el resto del grupo, que lo conformarían Prima Maca
con más ganas que qué de hacer la ruta, intentando recobrar parte de esa
energía que algún tuerto ha querido (¡pero no ha podido!) quitarle este año,
Manolo de Categoría, que nos sorprendió no trayendo barbacoa, Manolito,
con el claro objetivo de probar que el no suspendió nunca educación física, y
María, ahí, chiquitita, risueña, con esa dulzura en la cara que daba la
impresión que sería imposible que llevase a cabo la gesta de subir al pico más
alto de la península. En total había unos tres pares de zapatos de deportes,
tres pares de botas PARA la montaña, y un par de botas DE montaña.
El trayecto en coche era largo, más de cuatro horas, así que paramos a eso
de las 10.30 a desayunar, no me acuerdo el nombre del bar. Antes, el Onda
nosequé de los Yorquez rugía de desesperación al comprobar como el Clío
del coche escoba, que durante la ida no fue escoba, casi no sobrepasaba los
120 km/h. Allí, en el desayuno, Jose y Carlos explicaron los motivos
totalmente inexcusables de su retraso, así como las condiciones del pacto
basado en promesas banas que hizo que Carlos se animase a venir.
Pues bien, tras llegar a Granada y poner rumbo a Lanjarón, nos íbamos ya
acercando, más de cuatro horas después de la salida de Sevilla, a pueblos
con nombres de jugadores lituanos de baloncesto, como Carataunas y otro
que no me acuerdo hasta ya pasar por Pampaneira y nuestro destino,
Capileira. Y desde allí, a la central eléctrica, la cual no veíamos por ninguna
parte, y empezamos a pensar que la gran preparación previa de la ruta
podría sufrir un descalabro si no encontrábamos la salida. Pero finalmente la
encontramos, allí al fondo, esa central eléctrica con pinta de abandonada,
allí aparcaríamos los coches y sería el inicio de un “suave” ascenso, según
nuestras informaciones, hasta el Refugio de Poqueira.
Cogemos las mochilas (poca cosa, una muda, un cortavientos, agua, frutos
secos, algunos pan, otros condumio, otros bocadillos hechos, otros
chocolate, ninguno dinero), y nos pusimos a andar. Poco más de diez metros
de llano, y ya comenzamos a subir, de tal manera que no dejaríamos de
hacerlo hasta que llegásemos a la cumbre el día después. Según nuestras
indicaciones, la subida no sería muy dura. A los 15 minutos teníamos claro
que no era esta la subida de la que nos habían hablado, que se asemejaba
mucho a esa bajada que habían hecho nuestros contactos y que,
básicamente, lo que nos habían dicho respecto a la misma es “esa subida no
está hecha para niños chicos, vamos, ni para mayores. Nosotros la hicimos
bajando, y la subida la hicimos por otra parte más suave”. Vale, esto no era
suave ni de coña, así que ya nos hemos equivocado, ya estamos en otra liga.
Pero bueno, la gente suele ser muy exagerada, no será para tanto, vamos,
habrá momentos de llano donde podrás descansar un poco de tanto subir...
¡Y un mojón!
Esa primera tarde, que empezamos a subir entre pitos y flautas a las 14.00,
sería un previo fantástico, o lo que es lo mismo, jodido, para testar nuestras
fuerzas de cara a la subida a la cumbre. Nuestra intención era llegar al
refugio ese día, y, una vez allí, dependiendo de cómo lleguemos, como esté el
tiempo y cuánto se tarde en subir (según nuestras indicaciones, una horita y
poco), haríamos la subida ese mismo día o al día siguiente. Cuando aún no
llevábamos ni la mitad del trayecto al refugio, ya tenía yo claro que
subiríamos el domingo...
El paisaje es extraordinario. Al inicio vamos subiendo junto al río Mulhacén,
rodeado de vegetación, y rodeado de montañas, un valle espectacular. El día
es perfecto, sol, un poquillo de calor, casi sin viento, pero el poco que hay es
fresco, contrarrestando el calorcillo. Una vez nos acercamos al río, era
imposible no darse un bañito. El agua estaba fresquita fresquita, pero Jose
acabó echándole huevos, y se bañó el primero. Carlos le siguió, si mal no
recuerdo, y tras unas cuantas vueltas por el puentecito desde donde nos
bañamos, Manolo De Categoría decidió bañarse, y con él María. Por tanto, no
había más cojones que bañarse, el amor propio estaba en juego, si todos los
hombres y la más pequeña se bañaban, no podía yo quedarme fuera. ¿Todos
los hombres? No recuerdo muy bien si todos todos nos bañamos...El caso es
que el baño fue espectacular, el agua estaba tan fría que dolían los pies, y
cuando te mojabas entero sentías como la sangre circulaba y se movía hacía
todas partes del cuerpo...bueno, hacia todas menos hacia una. El caso fue
que tras esa primera horita en la que los músculos se resienten, el baño nos
sirvió para quitarnos todo tipo de dolores primarios, para anestesiarnos
básicamente, y asumir la subida con confianza.
A medida que íbamos subiendo empezábamos a otear, muy a lo lejos lo que
debía ser el refugio, y discutíamos por cuál era el Mulhacén, y cuál el
Veleta. La visión era espectacular, la distancia acojonaba un poco, pero
bueno, estábamos empezando, así que la energía la teníamos a tope. María
subía con más fuerza que ninguno. Manolito empezaba a preguntar cuánto
faltaba para llegar. Yo me lo empezaba a preguntar por dentro, pero como
ellos iban tan bien, me lo callaba.
El paisaje iba cambiando, desde la zona más verde cercana al río, en el valle,
con más árboles, castaños y moras, hasta un ambiente más seco, llena de
cardos, amarilla y plateada de las piedras. Y todo a medida que la pendiente
se iba inclinando, sin un solo trecho de llano.
María seguía subiendo, con más fuerza que ninguno. Manolito empezaba a
preguntar cuánto faltaba para llegar. Yo me lo empezaba a preguntar por
dentro, pero como ellos iban tan bien, me lo callaba.
Después de una comida a la sombra de los últimos árboles que veríamos
hasta la cumbre, y a la orilla del río, a base de bocadillos, chocolate y agua,
nos acercamos, una hora después, al Cortijo las Tomas, que en un principio
hasta pensé, a lo lejos, en mi delirio, que eso fuese el refugio (¡por fín!). Con
un olor a abono de campito, es decir, a caca de la vaca, no podría ser eso el
refugio, así que, volviéndome a preguntar, a mi mismo, claro, a cuánto
quedará el refugio, continuamos hacia arriba, aumentando la pendiente,
aumentando la dificultad, aumentando el sudor, el sol pegando fuerte, el
pico a lo lejos. No nos cruzamos prácticamente a nadie, a pesar de que
nuestros informantes nos dijeron que eso, que el trayecto podría ser un
poco como la calle tetúan de gente. El día seguía perfecto, las ganas de
llegar empezaban a ser grandes, enormes, ¿qué nos encontraremos arriba?,
¿como serán las camas?, ¿habrá comida de verdad o será en plan
bocadillos?, ¿habrá algo de beber¿,¿habrá cerveza? ¿qué es eso que se ve
por alli, ese edificio de piedra? ¡Por fin el refugio!
Sobre las 18.00 aproximadamente llegamos al refugio, comprobamos la
buena pinta que tenía, vimos que había camas para todo el mundo excepto
para Jose que la había cedido, en un más que probable estado de
embriaguez, a su amigo Carlos la noche anterior. Llegamos con cierto estado
de estamos muertos, y con ansias de bebernos algo. Antes de que nos diesen
las llaves, Manolo de Categoría ya había pedido una ronda de cervezas, y allí
que estuvimos varias rondas más, disfrutando del solecito en las escaleras
del refugio, un solecito adobado con el fresquito típico de montaña, es
decir, agustísimo. La gente iba llegando, y las posibilidades de que una cama
se quedase vacía se iban reduciendo. Gente andando, en bici, algunos niños
correteando, un ambiente güeno güeno, una sensación de agustismo que no
se podría igualar, pensaba yo, pensamiento que al día siguiente, claro, se iba
a sobrepasar.
Allí, estando en las escaleras, un hombre de los que ya no quedan decidió
ducharse. Hacerlo con agua caliente costaba la friolera de 2 ́5 euros y una
cola de la leche, así que lo hizo con agua fría, y cuando digo fría digo fría.
Una vez visto que ese hombre de los que ya no quedan hizo eso, otro hombre
hizo lo mismo. Y el tercer hombre le siguió. Qué demonios, pensé yo, ¡habrá
que hacerlo! Así que la tarde terminó, tras una puesta de sol magnífica, en
una ducha de agua fría fría, y cuando digo fría es fría. Y de nuevo la sangre
se fue a todas las partes del cuerpo, excepto a una, claro.
Y cuando salí de la ducha y bajé de nuevo a las escalerillas, vi a Manolo de
Categoría con unos zapatos que, francamente, como decirlo, no sabía como
decirle que a donde vas con esa especie de babucha ajulioiglesiada, y con
calcetines blancos. Me debatía entre si tenía que decírselo antes de la cena
o después, o durante, o no decírselo, cuando de repente miro de nuevo hacia
abajo, y veo a Carlos con unas iguales. Miro hacia otro lado y veo a Jose con
otras. Y a otras personas con otras iguales. Oh, dios mio, menos mal, son
zapatos de aquí, del refugio, no se los había comprado Manolo de Categoría
en Sevilla, no eran suyos realmente. Pude descansar tranquilo, y cambiar mis
botas por uno de esos zapatos, cómodos, a la par que francamente.
El siguiente objetivo era la cena. La verdad es que estábamos hambrientos.
Aunque las cervezas nos habían quitado algo el hambre (a los que las
habíamos bebido, claro), llegado un momento alguien decidió, o se decidió, o
los astros confabularon para que la decisión fuese tomada por ninguna
persona en concreto, de no pedir más cervezas. Sin saberlo, esa única
cerveza de más seguramente habría supuesto que tuviésemos que fregar los
platos y limpiar el refugio, o que tuviésemos que subir de nuevo el Mulhacén,
por no poder afrontar el pago....
Tras esperar a que terminase un primer turno lleno de gente y de ruido, nos
sentamos, en un ambiente mucho más tranquilo, a tomar esa cena que ya
habíamos visto iba a ser contundente. Arroz con lentejas de primero,
macarrones con pimientos de segundo, carne de tercero, y natillas de
postre. Yo repetía en todos menos en el postre, creo que ha sido la vez que
más he comido en mi vida, y por supuesto la vez que más he cenado. No
sabría yo la falta que me iba a hacer para el día siguiente. No se podía estar
más contento. Después de la cena salimos fuera, a ver todas las estrellas
que existen en el universo, ni una menos. Como siempre, me dije que tengo
que aprender más sobre las estrellas, es una pena poder mirar todo eso y no
tener ni idea.
Para redondear el día, María, esa pequeña risueña, que tan bien subió hasta
el refugio, decidió ceder su cama tranquilamente “yo voy a dormir con mis
padres, porque se está más calentito, así que tu (refiriéndose a Carlos)
duermes en mi cama”. Ea, toma ya.
Las habitaciones eran compartidas, a la familia Yorquez y Carlos en una
habitación grande con mucha gente donde se tiraban peos Manolito y Carlos,
y a Jose y a mi nos tocó en una de seis, ocupada por cinco personas (al final
quedaba una libre), en la que un tío roncaba como si lo fuesen a prohibir, y,
cuando paraba, Jose tenía la gentileza de relevarle. Al menos tenía una
ventanita justo al nivel de mi almohada, donde podía ver la noche, las
estrellas, el amanecer, la mañana, ostia, ya es de día, son las ocho, ¡corre
que hay que salir!
Domingo 25 de septiembre de 2011
Nos levantamos, y fuimos directos a un desayuno completo de pan con
nocilla, magdalenas (una o varias), pan tostado, colacaito, y no se qué más
cosas. Los Yorquez han salido ya, así que vamos con retraso. Por tanto,
limpieza de cara y de dientes rápido, con esa agua congelada, cambio de
zapatos ajulioiglesiados por las botas PARA la montaña, organización de la
mochila dejando cosas innecesarias en el refugio, y salida al campo, con ese
fresquito mañanero, e incluso brisita cortante, que te despierta si es que
aún andas adormilado.
El paisaje se va haciendo cada vez más seco, con más piedras. Nos quedan,
desde el refugio hasta la cumbre unos mil metros de desnivel, y serán, no
se, unos 7 km de subida cada vez más dura, en la que tardamos casi tres
horas. Poco a poco vamos recuperando distancia con los Yorquez, yo voy
pensando que esta subida está siendo muy dura, me sorprendo como María y
Manolito siguen subiendo con cierta tranquilidad. El frío y la pendiente te
hacen pensar que esto es muy duro, y que lo va a ser más. No nos cruzamos
con mucha gente. Vemos caminos que hacen zigzag, y nosotros, en nuestra
inocencia, intentamos acortar por la pendiente para no hacer ese zigzag
absurdo. A los tres pasos ya sabemos que no es un zigzag absurdo, que si
está ahí es por algo, y que es imposible hacerlo por la pendiente a menos que
tengas las piernas de Roberto Carlos (o del tío que nos cruzamos en la
subida). Así que volvemos al camino oficial.
Abandonamos ya la parte de río, la parte en la que aún quedaban algunos
claros verdes, o amarillos, y empezamos a pensar que no puede haber una
pendiente más dura que todas las que habíamos pasado, pero llegamos a un
punto en que lo único que nos quedaban era piedras, rocas, y subida mortal.
Desde abajo parece que bueno, serán unos diez minutos hasta la cima. En
cuanto la inicias, cuando llevas diez minutos y miras hacia atrás y ves que
estás al lado de donde empezaste, y miras hacia delante y ves que queda
más que cuando empezaste, empiezas a contemplar la posibilidad de gritar
como una mujer lo que no has sabido ascender como un hombre. Pero no, no
puedes hacerlo, María está ahí, tan a gusto subiendo, empieza a notar
cansancio, se agarra a su padre, pero no se queja, no llora, aguanta,
increíble. Miro la pendiente, miro lo que hemos hecho, veo las caras de la
gente que nos cruzamos, caras de verdadero sufrimiento, y no puedo
creerme que una niña de 9 años y uno de 12 estén cumpliendo a la perfección
toda norma de un grupo que se plantee un reto, y es aguantar ante la
adversidad y no quejarse, llevar por dentro el sufrimiento, no propagarlo, y
cumplir el reto.
Así que María seguía subiendo, con más fuerza que ninguno. Manolito
preguntaba cuánto faltaba para llegar. Yo me lo preguntaba también por
dentro, pero como ellos iban tan bien, me lo callaba.
Poco a poco, paso a paso, lentamente, íbamos salvando el camino. En un
momento dado, pienso en que como vuelva a parar a descansar me quedo ahí,
así que no paro, sigo hacia arriba, Jose ha puesto la marcha y ha cazado al
tío de las piernas de Roberto Carlos, yo subo con Manolito, Carlos un poquillo
detrás, Maca empieza a darse cuenta que tiene rodillas, que tiene tobillos y
pantorrillas, Manolo de Categoría lleva de la mano a María (¿o es al revés?).
La meta se acerca, la cumbre está ahí, nos cruzamos con dos que van hacia
abajo que nos dicen que nos quedan cinco minutos, eso nos da fuerza, yo
empiezo a pensar que esto está ya hecho, me asombro de la fuerza de
Manolito, me asombro de que mi rodilla, que hacía tiempo había dicho aquí
estoy yo, aún siga viva, veo a Jose ya perdiéndose en lo que después
comprobaría era la cumbre, un pasito más, otro más, ya está aquí lo estoy
viendo, último repecho, último llanito, y...¡hemos llegado! El día está soleado
y claro, yo le digo a Manolito ole ahí ese tío, subimos a la cumbre, nos
abrazamos, hace un vientecito curioso y frío, nos hacemos alguna fotillo,
miramos hacia un lado, hacia otro, intentamos adivinar que montañas son
estas, cuales aquellas, llega Carlos, nos abrazamos de nuevo todos, lo hemos
conseguido, qué alegría más grande, somos los más altos de la península,
miramos de nuevo a un lado, miramos a otro, y allá, muy cerca ya, vemos a un
pequeño hobbit agarrado de la mano de su padre, y a una con un bastón. La
cara de la gente que está en la cumbre es de asombro, la cara nuestra de
admiración. Me quito literalmente el sombrero ante ella (bueno, no era el
sombrero, sino un pañuelo). Hemos cumplido el objetivo, lo hemos cumplido
todos, desconociendo lo que costaba, sintiendo lo que costaba, sin ninguna
queja. Pasando muchos momentos de mamá ven a sacarme de aquí, de yo me
quedo aquí no puedo más, de cómo de mal estaría que me pusiese a llorar
aquí, y echando una ojeada a la pequeña y comprobar que ella lo aguantaba
mejor que nadie, cachi en la mar, me voy a tener que aguantar mis ganas de
parar...
En fin, maravilloso. Como dijo Maca, estamos lo más cerca del cielo que
podemos estar...¡vivos! Allí en la cumbre celebramos nuestra acenso
tomándonos un piscolabis, y, si esto fuese como en los documentales de Al
filo de los Imposible, aquí acabaría todo....
Pero no estamos en esos documentales, ningún helicóptero viene a por
nosotros, estamos a 3.482 metros de altitud, y tenemos que bajar hasta los
mil y pico a los que estaba Capileira, unos muchos de kilómetros (no se
cuantos exactamente) a un muchísimo desnivel, con las piernas cargadísimas,
yo personalmente con la rodilla derecha echa una mierda, y quedaba la parte
que más castiga las rodillas, que es la bajada.
No me voy a extender mucho en la bajada, solo decir que me pareció casi
tan dura como la subida. Aquí empiezas a marcarte un objetivo, para este
caso la llegada al coche, pero es que ves que queda tanto, la distancia es tan
grande, se ve tan chiquitita la zona en la que se supone que está el coche, y
te pones a pensar en que después, una vez llegado al coche, te quedan
cuatro o cinco horas de coche y moto (para el que cogió la moto). Los
primeros metros tras la cumbre son los peores, si no te habías dado cuenta,
ya reconoces tus huesos y donde están situados cada uno, y lo reconoces por
un leve dolor en cada uno de los puntos, que se acrecienta con cada paso que
das. Una vez ya llevas dados mil o dos mil pasos, ya da igual, es automático,
pones la directa y te da igual el dolor, lo que quieres es avanzar. En un
descansito, miro sorprendido el tembleque que tiene Maca en la pierna, y
pienso y me preocupa lo que queda aún por andar. Empiezo a pensar en
palabras como tesón, que muy pocas veces he utilizado en mi vida, pero que
reconozco claramente en mi prima.
Pero el primer objetivo era llegar al Refugio, y solventar el problema de
¿cómo vamos a pagar, si ninguno preveíamos que los gastos fuesen más de 3
euros o por ahí? Literalmente conseguimos pasar el trance a base de
céntimos de euro, juntando todo el dinero que teníamos, sin posibilidad de
comer allí nada más que las aceitunas y palomitas, que eran gratis. Una
simple cerveza, esa simple cerveza que evitamos tomar de más el primer día,
nos habría obligado a tener que utilizar otros recursos para pagar nuestras
deudas, como la pena por los niños chicos, salir corriendo, dejar allí a alguien
de rehén, etc, pues no teníamos un duro más.
Y pasado ese trance del pago, continuamos hacia abajo, por el mismo camino
que la subida. Eso suponía que conocíamos a donde íbamos, que sabíamos el
desnivel y la dificultad de la bajada. Ha sido una paliza tremenda, la
caminata del domingo empezó a las 8 de la mañana subiendo hacia la cumbre,
y terminó a las 18 aproximadamente cuando llegamos a los coches. Las
piernas estaban cargadísimas, y nos dimos otro baño en el río, en una zona
que pensábamos estaba ya cercana al destino, pero que no, que aún quedaba
una hora para llegar a la central eléctrica. Durante el camino, vuelvo a
pensar en qué es lo que me hace hacer y repetir este tipo de cosas, con el
sufrimiento que supone hacerlas, cómo seguramente se estaría mejor en el
sofá, en un asiento, en la playita tumbado. La respuesta no la tengo clara, lo
único claro es que una vez subes a la cumbre y cumples un objetivo muy
difícil, se siente un sentimiento de agustismo muy cercano a la felicidad, ha
sido algo duro que has hecho, que has podido hacer, otro reto que has
cumplido. Si lo unes con la gente que lo has hecho, la historia va en
aumentando, si eres partícipe de la subida a 3.482 metros de una niña de 9
años, es como si fueses parte de una historia épica, cuando te bañas en un
río transparente, aunque helado, dices coño que chulada, ¡he vuelto a nacer!,
cuando llegas al coche, sientes un alivio inmenso, y esa sensación del trabajo
bien hecho que nos contaban tanto en el colegio y nunca llegábamos a
entender, y te da igual el cansancio, el camino en coche, la distancia a casa,
los madrugones en fin de semana, que mañana sea lunes. Has estado en la
montaña, en el campo, esa parte de la Tierra que el hombre se empeña en
hacer desaparecer, así que, en cierto modo, eres participe de algo que
puede que llegue a ser único.
Pienso en todas esas cosas cuando llego con Manolito a los coches y nos
abrazamos de nuevo, y cuando veo, muy cerca, a la hobbit de nuevo, que ha
podido enfrentarse a toda esta barbaridad de ruta, y la veo ya sonriendo, le
hago la ola, me vuelvo a quitar el sombrero.
El día terminó con una comida-merienda-cena a base de bocadillos de
tortilla en el precioso pueblo de Capileira, y en un largo trayecto en coche
hasta Sevilla. Y en un pequeño y seguramente agradable trayecto en moto
hasta Huelva.
Enhorabuena a todos los expedicionarios, esos siete magníficos que lograron
subir al Mulhacen y tomar una cena de 3 platos y postre, sin duda dos retos
solo al alcance de unos pocos. Y especialmente enhorabuena a esos dos
pequeños que tan buen ejemplo nos han dado.
¿Para cuando la siguiente?
Crónica de Eduardo Parody Durio
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Muy buenísima reseña de nuestro fin de semana... No sé cuánto tiempo tardaremos en olvidarnos de esto, pero la sensación de lllegar arriba, y llegar como llegamos, y de regresar a casa, fue única. Superar retos es genial.
ResponderEliminarGracias Jose, aunque todos sabemos que tu crónica de la India le da mil vueltas a la mía... seguiré aprendiendo de tí.
ResponderEliminarPrimo Edu.
fdsafgfdgdfgv
ResponderEliminarja-ja-ja-ja (risa de malvado)Ahora sus vais a enterar
ResponderEliminarQué maravilla de crónica. Envidio su forma de escribir. Bueno, y de ser también. Jo, quiero ser como el. Por cierto si, soy primo jose, el vagoneta.
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