Autor del texto: Edu Parody
CAPITULO I
Una tienda de helados. Bueno, no son helados como los de antes, tienen una novedad, son helados de yogurt y crepes de nutella. Un aparejador de nombre Manolo intenta, detrás de la barra, por vigésima vez consecutiva hacer un crepe sin que se le queme, aunque sin conseguirlo, a un apuesto biólogo llamado Edu, que pasaba por allí y, hace 35 minutos, se le ocurrió, en buena hora, entrar a pedir un crepe. Manolo tira otra vez el crepe que estaba intentando hacer, y prueba por vigesimoprimera vez con otro nuevo. “Cagoenlaputa, no hay manera, mira que aprobé Materiales de construcción, pero esta masa es ingobernable. Como se entere Salva que llevo tirados ventitantos crepes verás tu”, piensa Manolo. “Este tío es carajote”, piensa Edu.
De repente, se abre la puerta y aparece la figura de un ser diabólico, un malo malísimo, bajito, si, pero no por ello poco poderoso. Lleva pantalones cortos azul claro, zapatos de esos como de niño pequeño, calcetines también azules, y su camisita de cuadros y chaleco por los hombros. Antes de llegar a la barra alcanza una silla, se la acerca, y se sube a ella de pie, para poder mirar a la cara a su interlocutor. Lleva una bolsa del Zara, y, al llegar a la barra, saca de ella un estropajo, una escobilla del wáter, y unos papeles usados de envolver regalos.
- Buenos días - dice con voz aguda.
Manolo y Edu están acojonados, no saben por qué, no lo han visto nunca, pero creen adivinar de quién se trata, Edu ha leído las últimas noticias en catorce periódicos distintos antes de salir de casa, y Manolo ha visto los videos de facebook donde hablaban de esas noticias. Mientras saludaba, esa malévola figura saca una pistola con total familiaridad, como si cada mañana la utilizase, como si fuese su herramienta de trabajo diaria. Es una pistola de agua, y mientras hace como que la carga va hablando tranquilamente, sabiendo el poder que desprende.
- Soy Tititi, y quiero un helado de fresa.
“¿Tititi? ¡Joder! ¿Por qué me tiene que pasar esto a mí, maldita sea, si en diez minutos me toca salir y vendrá Salva, ¡el sabría qué hacer en estos casos!” piensa Manolo.
- Esto, verás, caballero – dice Manolo con temor- esto no es una heladería como las de toda la vida. Es nueva, y son helados de yogur, no sería un helado de fresa normal, sino una especie de yogur helado con una crema por encima con sabor a fresa. Pero no un helado de fresa como los de toda la vida. Está muy bueno. Si no le importa, se lo pongo…
Edu mira a un interlocutor y al otro. Ya sabe quién es ese hombre. Tiene claro cuál es su única opción en esta situación, hacer un moonwalker, pues cree que ahí se va a liar parda. El sólo quería un puto crepe que el carajote este no había sabido ponerle en tres cuartos de hora. Por su culpa se ha perdido una presentación que había en la feria del libro de una nueva colección de Bola de Dragón. Maldita sea, piensa, ya podía haberme comprado un paquete de pipas en un kiosko y habría evitado el riesgo de entrar aquí.
- Verás, creo que no me has entendido bien, quiero un helado de fresa, y lo quiero ahora - dice Tititi mientras clava en su pupila, su pupila marrón, mientras termina de asir con seguridad, como despreocupado, el arma.
Manolo traga saliva. El vigésimo primer crepe está totalmente quemado y sale humo de la tostadora. Mira a Edu como pidiendo ayuda, que está ya en la puerta tras su espectacular moonwalker de espaldas. Edu sube los hombros como diciendo “¿Qué puedo hacer yo, eh? ¿Qué puedo hacer? Si pudiese hacer algo yo lo haría, ¿eh? Que no es por no hacerlo, pero tiene una pistola de agua, ¡hombre por Dios!”.
- Es que no tengo helado de fresa – dice Manolo volviendo, miedoso, la mirada a Tititi, después de aclararse la voz
Tititi levanta el brazo armado y lo dirige a la cara de Manolo. Edu ha abierto la puerta y ha salido pitando gritando mamá.
- Entonces, tendrás que morir.
Y acto seguido descarga todo el cargamento de su pistola de agua en el rostro de Manolo, que empieza a retorcerse de dolor, unos gritos insoportables, cae al suelo, Tititi baja de la silla, da la vuelta a la barra con toda tranquilidad, entra adentro, descargando sobre el resto del cuerpo las últimas gotas de agua. Manolo grita y grita, y, tras varias vueltas, tras varios espasmos, el cuerpo deja de moverse. Tititi recoge su bolsa del Zara, con la escobilla del wáter coge yogur de una de las yogurteras y, en la pared, dibuja su firma, una enorme “T”. Limpia su escobilla y la introduce en su bolsa, al igual que el estropajo y los papeles usados de regalos, y abandona la yogurtería con expresión insensible.
Manolo, un trabajador como los que no hay, un hombre que se viste por los pies, un español de esos pies por los que se viste a la cabeza, un auténtico prohombre, acaba de ser una víctima más del famoso e inaccesible Pistolero de la Escobilla, que está atemorizando el centro de la centenaria ciudad sevillana del famoso alcalde pepero.
CAPITULO II
Las luces azules y ese típico sonido de dos coches de policía aparcados enfrente de la Yogurtería se oyen y otean en su reflejo desde la Avenida de la Constitución. Había tenido una mañana muy dura en la comisaría. Cuando casi estaba a punto de llegar a su record en el Buscaminas, y soñaba con irse a comer a casa con la sensación del trabajo bien hecho, le llamaron de urgencia. Parecía que el Tititi había vuelto a actuar. La que le está dando ese pistolero, pensaba el inspector de policía. Soñaba ya con la jubilación (a pesar de que sobrepasaba por muy poco los cuarenta años), pero este caso le había conmovido desde el principio, y no descansaría hasta hallar al asesino, hasta devolver la paz a su ciudad, hasta hacer de España un lugar seguro (mientras lo pensaba, una bandera de España ondeando se le apareció en su cerebro). Y así fue como desde hacía un año, desde el denominado “pistoletazo de salida” del Pistolero de la Escobilla, dejó de tocarse los huevos y sacó el talento que estaba guardado en su interior, en su privilegiado cerebro, justo detrás del hueco intelectual donde se asentaban sus comics, sus apuestas de hípica, y sus páginas porno.
Justo al girar por García de Vinuesa vio a lo lejos al nuevo agente que habían puesto a su cargo. Ese Popi de Cai venía de hacer las prácticas en la Comisaría gaditana, y se había granjeado la fama de nueva perla proveniente de la Loca Academia de Policía. Se le veían maneras, pero el Inspector no aprobaba el recurrente uso de la pistola por cualquier causa que tenía por costumbre Er Popi.
- ¡Inspector Cacallín! ¡Inspector Cacallín! ¡Es aquí! Buenos días Inspector, como está usted, el asunto es complejo, tengo allí en la tienda al dueño de la misma, está un poco abatido por la situación, y a una testigo con ganas de irse, pero no se preocupe, no se moverán ninguno de los dos.
- ¿No se moverán por qué, Popi?
- Les he esposado, uno frente a otro, manos y piernas.
- Pero, pero, pero – Cacallín parece que vuelve a indignarse con su subordinado- Pero tío, Popi, que son testigos coño, no culpables, ¡al menos no lo son aún! – Mientras decía esto, entraba en la yogurtería y veía el escenario, un fotógrafo disparando su cámara a algo detrás de la barra mientras dos personas se encontraban esposadas con otro policía apuntándoles con una pistola para que no se les ocurriese moverse. Con un diestro movimiento, en el que se deducía sus años de experiencia en las calles cuando pertenecía al cuerpo de Antidisturbios, Cacallín le quita las llaves de las esposas que el agente tenía en el cinturón, así como la pistola, desata a los dos, y mira al agente y a Er Popi con cara de indignación – ¡hombre por Dios! – y tiró la pistola al suelo.
El agente mindungui, de nombre Manolito, mira a Er Popi mientras va a recoger su pistola del suelo, sin comprender; Er Popi le devuelve la mirada como diciendo “bah, déjalo, este inspector no sabe”.
Cacallín saca su bloc de notas, un regalo de su primera mujer, y su estilográfica, un regalo de su segunda mujer. Se quita las gafas de sol, un regalo de su tercera mujer, y las guarda en el bolsillito de la camisa de tono rosa que lleva puesta, un regalo de su primer hombre.
- Usted es el dueño del local, ¿verdad? Según tengo entendido es usted Salva - Pregunta el Inspector.
- Si - dice tras unos largos segundos, la emoción le embarga – Si, soy yo el dueño, Manolo trabajaba para mí, maldita sea, era un buen hombre, siempre se van los mejores- dice dirigiendo su mirada a la manta térmica que recubre el cadáver, mientras escapa una lágrima de uno de sus ojos.
- ¿Y usted quién es? – dice mirando a la otra persona.
- Su nombre es Maoté, profesora sevillana de primaria, que ejerce en Isla Cristina por cuestiones que no vienen al caso, disfrutaba de un día de asuntos propios y decidió venir a visitar a sus padres, tiene ventimuchos años, es Acuario, su DNI es 45634528G, le gusta el cante, y el aire de su aljarafe, es más bien carnívora aunque no hace ascos a los vegetales, se suele quedar hasta altas horas de la noche en la feria, podría ser considerada una juerguista, pero como es profesora, es decir funcionaria pública, el corporativismo del que formamos parte me impide dedicarle esos apelativos, y además, como profesora, le debemos el máximo de los respetos como constructora de individuos útiles para el bien común, Essspaña – dice Er Popi de corrido, sin pausa alguna, casi cuadrándose, ante la sorpresa del Inspector.
- Estoooo, vale, estoooo, bien Popi, gracias –dice forzando a salir sus palabras, dirigiendo sus ojos abiertos a él, y luego a los otros dos- Bueno, pues buenas tardes señores, bien, decidme ¿qué me podéis contar del suceso?